jueves, 5 de noviembre de 2009

Les invito a visitar mi otro blog, CARAVASAR, donde esta semana aparece La estrella sobre el bosque, un notable cuento de uno de mis escritores favoritos, Stefan Sweig. La dirección es:
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EL ÚLTIMO RASTRO
DEL FUEGO




“Había un enemigo dentro de él que le negaba el paraíso”.
Hermann Hesse.
Klein y Wagner.

Asfixiado por el volumen de su amante, Mauro abandonó el lecho y se dirigió al balcón, donde encendió un cigarrillo.
Las luces del vecindario le permitieron descifrar las sombras que envolvían su sexo. Le sorprendió verlo de nuevo apagado y endeble e, incluso, por primera vez lo percibió ajeno... O no, no ajeno, sino más bien como algo que estaba dejando de pertenecerle.
Había vivido cerca de veinte años al amparo de esa sola herramienta pero, en los últimos meses –la sensación no le era desconocida–, algo eclipsaba la identificación entre ambos. Sabía, además, que a muchos de sus fingidos orgasmos los había suplantado un escalofrío repulsivo, cada vez más intenso. Tanto, que le asombraba saberse aún libre de reproches.
Esa misma noche, a la orilla de una caricia, creyó advertir una mirada en la que, por breves instantes, la duda desbordó la razón y los sentimientos.
Como siempre que su inconsciente lanzaba zarpazos de fiera acorralada, quiso dejar de pensar pues las ideas le provocaban una inquietud semejante al dolor, no identificable con algo físico –algo punzando la piel o los órganos–, sino con una sensación profunda, a medio camino entre la materia y el espíritu.
Al fin y tras una lucha cuya duración juzgó desmesurada, se concentró en la llama. Su silencioso chisporroteo menguaba la longitud del cigarrillo y, aunque ignoraba la existencia de las metáforas, intuyó que en el alargado cilindro se agazapaba un siniestro significado.
Durante algunos minutos, siguió también del curso del humo que fluía de su boca hasta que, sin tener conciencia de cómo había llegado tan lejos, se encontró planeando una venganza expiatoria contra el cuerpo que dormía en la habitación contigua. Una venganza que involucrara todos los brazos, labios y sexos donde alguna vez se había sentido náufrago o prisionero.
En ese momento, escuchó una voz desenfocada por el sueño que regurgitó su nombre. Y sintió pánico, como si temiera haber pensado en voz alta.
–¡Voy, ya voy! –respondió presuroso, apretando en el interior de su puño el último rastro del fuego.

1 comentario:

  1. Hola sr Armando admiro mucho su trabajo, si alguna vez viene a barquisimeto me gustaría saludarlo, aquí le dejo mi correo Adribp15@hotmail.com

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